viernes, 7 de diciembre de 2007

Introducción del Libro

Durante la conferencia del Partido Socialista Obrero Español realizada los días 15, 16 y 17 de septiembre de 2006 se celebró un revelador «foro», transmitido en directo por televisión a través de internet, que con el título «Políticas de igualdad», se llevó a cabo en su segunda jornada. Eran las cinco de la tarde cuando entraron en el salón de actos las tres protagonistas del debate: María Teresa Fernández de la Vega, Carmen Alborch y Ségoléne Royal. Esta última era la estrella invitada. A pesar de no ser de la plaza, realizó un paseíllo con el estilo propio de la charme y encanto francés, que llenó de glamour el fervoroso auditorio, repleto hasta la bandera como en las mejores tardes. El fondo del escenario estaba compuesto por las mujeres altos cargos del partido, que llenaban el tendido gracias a la aplicación del principio de paridad, impuesto para la elección de los cargos internos desde la época Almunia: «Todas ellas socialistas y feministas», como explicó en su día la joven promesa Leire Pajín.

La sorpresa surgió cuando, en su primera intervención, la candidata a la Presidencia de la República Francesa afirmó: «El referente antes era el modelo escandinavo, y ahora el referente de socialismo es el modelo español». El modelo al que se refería, aclaró, era el caracterizado por la ideología puesta en práctica por el PSOE durante estos años de gobierno, revelada en las llamadas políticas de igualdad: Ley de Violencia de Género, Ley de Divorcio Exprés, Ley de Igualdad, aplicación del principio de paridad en la conformación del Gobierno, la Ley de Matrimonios Homosexuales, etc. La líder socialista francesa concluyó: «Por eso tenemos la obligación de alinearnos con España». Aserciones como ésta, en boca de un candidato a la Presidencia de la República de Francia, no son precisamente habituales. Qué es lo que ha sucedido para que sea pronunciada semejante incorrección política desde el punto de vista chovinista? Pues que, como decía Jean-François Revel, al socialismo, contestado por la dura y fracasada realidad del socialismo real, tan sólo le queda la fuerza del ideal, de la utopía. Y a falta de cualquier otra original, nuestro socialismo español encontró la del feminismo radical entre uno de los movimientos sociales marginales, que subió a su carro en su estrategia postmoderna y postsocialista. Y resulta que esta se ha convertido en la corriente de moda entre la progresía y la izquierda radical del mundo occidental, aunque esté demodé en los lugares en que germinó. Naturalmente, ahora ha cambiado de nombre; desde el punto de vista teórico, en ámbitos internacionales se habla de ideología de género, aunque en España es más propio hablar de teoría feminista, pues es la denominación que usa la escuela de pensamiento que se ha ido formando durante los últimos años en torno al feminismo radical igualitario. En el aspecto de la política práctica se habla de políticas de igualdad. Amelia Valcárcel, una de las más relevantes protagonistas de esta corriente, afirmaba que, en medio de la crisis de las ideologías políticas que vivimos en la actualidad, al menos en Occidente, el feminismo es el criterio de diferenciación entre la izquierda y la derecha y el feminismo se ha quedado en la izquierda.

La palabra feminismo es una de esas palabras del vocabulario político orladas de prestigio, que hábilmente se ha apropiado la izquierda, cuando lo cierto es que el feminismo socialista se autodenomina «feminismo» de manera impropia; pues de lo que denostó y repudió este movimiento, desde Simone de Beauvoir hasta las últimas manifestaciones de la teoría feminista española, es precisamente la feminidad, que para todas sus integrantes constituye «algo que debe ser abatido»6, el objetivo que debe ser deconstruido. La razón de ello la explica en su última obra sobre el mundo de las mujeres Alain Touraine: según la teoría feminista la mujer como categoría es un invento de los hombres, «el poder masculino inventó a la mujer como la cara oculta turbia y al mismo tiempo atractiva de la humanidad. Esta es la construcción que cabe deconstruir siguiendo los caminos señalados por Foucault y por Derrida». Por eso el de la izquierda es un feminismo antifemenino, repudia de la idea natural de mujer.

El feminismo político radical que conocemos en la actualidad nació del seno de la nueva izquierda surgida después de mayo de 1968 como uno de los nuevos movimientos sociales marginales que integrarían el llamado gauchisme en Francia, la New Lefi en los Estados Unidos o, en definitiva, la nueva extrema izquierda, que fue la protagonista estelar de aquella revolución. Desde entonces el feminismo político se asocia a la izquierda política: por esta razón es necesario aclarar que no debe identificarse con el feminismo tradicional, es decir, con el movimiento de lucha por la emancipación y la igualdad de la mujer en los ámbitos social, laboral y jurídico, que, como realidad sociológica e histórica en la sociedad actual, no es patrimonio de la izquierda, a pesar de que se lo haya apropiado, ni de la derecha, si alguna vez lo pretendiera.

En la obra La tercera mujer, Gules Lipovetsky afirma que en el mundo actual la mujer no tiene que demostrar nada: «Ya ha dejado, constancia de su capacidad intelectual, profesional, artística y personal». En el mundo de hoy la mujer ha llegado a las más altas cotas sociales, particularmente en el mundo de la política, donde en los últimos años está de moda, y se han registrado éxitos políticos de mujeres en los niveles más altos del poder. En casi todos los casos se trata de mujeres que no forman parte de ninguna corriente del feminismo político, sino que más bien reniegan del feminismo socialista y del sistema de cuotas; casi todas ellas son conservadoras. Tal es el caso de Margaret Thatcher en Inglaterra o de Angela Merkel en Alemania; también han triunfado en países en desarrollo, como muestran los casos de Corazón Aquino y Violeta Chamorro. Podrían ponerse muchos otros ejemplos. Nunca una feminista socialista ha llegado al poder en un país relevante.

En puridad, debería hablarse de distintos feminismos políticos de acuerdo con el punto de vista histórico; pero de entre las corrientes feministas surgidas de mayo de 1968 pueden distinguirse dos discursos básicos: el de la igualdad y el de la diferencia. El primero es más directamente político y se inspira en el igualitarismo marxista y el existencialismo de Simone de Beauvoir; su fundamento es que la categoría mujer, ligada al concepto histórico cultural de la feminidad, debe desaparecer; este es el que se identifica con el llamado feminismo radical y con el posterior feminismo socialista. El segundo está más conectado a la cultura y, al contrario de lo anterior, piensa «el discurso de la feminidad» como un «discurso salvador» de la situación discriminatoria en que se encuentra la mujer.

Históricamente, a partir de los años 60 se puede hablar de distintas corrientes feministas: feminismo liberal, feminismo radical, feminismo de la diferencia, post feminismo, etcétera. El feminismo radical corresponde propiamente a la corriente que surge a partir del 68 y se consolida durante la década de los setenta. A partir de los ochenta su heredero es el feminismo socialista, por ser el que continúa el feminismo de la igualdad y la tradición ideológica de la izquierda posmarxista (el freudomarxismo surgido del 68). Este es el feminismo triunfante en la izquierda española. Se trata de una opción política que con el tiempo ha evolucionado hasta convertirse en una ideología políti ca cerrada y con aspiraciones totalitarias.

Esta ideología puede ser, en opinión de muchos, algo pasado de moda o superado en los países que la vieron nacer (fundamentalmente Estados Unidos, Francia e Inglaterra). Pero lo cierto s que en España actualmente constituye la corriente de pensamiento inspiradora del modelo español, y se ha convertido en un movimiento político en plena cresta de la ola. En nuestro país existe una tradición de feminismo político radical, procedente de la extrema izquierda, que ha fraguado con la llegada al poder del Partido Socialista Obrero Español después de las elecciones del 1 de marzo de 200. Esa tradición ha elaborado un pensamiento propio, al que podemos denominar teoría feminista, en el que concurren mujeres políticas y en el poder con mujeres dedicadas al pensamiento y la filosofía feminista como Amelia Valcárcel, finalista del Premio Nacional de Ensayo en el año 1989, o Celia Amorós, vencedora de este premio —el más importante de los relacionados con el pensamiento que se otorga en España— en 200610, que ha sido sin duda el año de las feministas. Junto con ellas podrían mencionarse muchos otros nombres de mujeres que desde la Universidad o desde la militancia puramente feminista, o socialista, dan vida al grupo de poder más importante de la política española actual, a pesar de que, realmente, no pasa de ser una minoría en el ámbito femenino; y su existencia, ni es explícita, ni ellas parecen tener más interés en dejar verla de lo que sea estrictamente necesario para conseguir sus fines. Esto viene a ser un fenómeno demasiado generalizado en los últimos años en la joven democracia española: la auténtica influencia sobre el poder la ejerce una minoría, distinta, al menos: en apariencia, de la mayoría democráticamente elegida por los ciudadanos; algo muy preocupante desde un punto de vista democrático.

El Premio Nacional de Ensayo otorgado a Celia Amorós supuso el reconocimiento del triunfo del feminismo de la igualdad frente al feminismo de la diferencia. Las causas de este fenómeno en la España actual tienen muchos vericuetos, cuyo análisis complicaría mucho el alcance y la intención de esta introducción. Baste decir por ahora que es consecuencia de la lógica derivada de la unión entre feminismo político y socialismo. El igualitarismo es seña de identidad del socialismo desde sus orígenes, y la igualdad radical entre los sexos es el motivo básico de la lucha feminista desde sus propios orígenes. El problema surge cuando la igualdad se convierte en un absoluto, en un igualitarismo desde el que se pretende explicar y dar sentido a toda la realidad pública y privada.

No es, por tanto, pura casualidad la referencia al modelo español realizada por Ségolene Royal. Amelia Valcárcel, con motivo de los fastos de celebración del décimo aniversario de la conferencia mundial sobre la mujer Pekín- 1995, afirmó: «La mayor novedad política y social de este país somos nosotras. El gran cambio se está dando en el nivel socio-moral básico, y se está dando gracias a las mujeres. La novedad que aporta España al comportamiento político es el comportamiento político de las mujeres, incluso en el campo internacional». La prueba de que tenía razón han sido las elecciones a la Presidencia de Francia celebradas el 6 de mayo 2007. La candidata de la izquierda se identificó de tal forma con el modelo español que la prensa le llamaba La Zapatera. Ségolene fue derrotada, a pesar de su enorme atractivo. No obstante el actual presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, tuvo que entrar al trapo de la encrucijada ideológica al final de la campaña electoral, porque su contrincante recortaba distancias día tras día; por ello se refirió a las ideas del 68, que ella representaba, como el origen de todos los males franceses de los últimos años: «eran las culpables del capitalismo sin escrúpulos y de la destrucción de la ética». Tras la victoria, afirmó que Mayo del 68 había sido derrotado. El problema para nuestro país es que el modelo español es heredero ideológico del pensamiento 68, que, a diferencia de en Francia, el país que lo engendró, ha triunfado políticamente y llegado al poder en alianza con el socialismo. Hasta entonces, el feminismo radical se había impuesto de manera inadvertida en el plano de la cultura, tal vez como el único residuo del pensamiento 68 que se implantó en casi todo el Occidente, pero nunca había conquistado el poder. España es el único país de Occidente en que el feminismo radical ha llegado al poder aliado con el socialismo.

Por consiguiente, llamaremos feminismo socialista al feminismo político e ideológico que gobierna en España aliado con el socialismo. En esta denominación omnicomprensiva se incluyen diversas corrientes de pensamiento feminista político que integran la teoría feminista, procedentes del feminismo radical del 68, conocido como la segunda ola feminista por sus seguidoras, cuyas diferencias con las olas anteriores se encuentra en el acento puesto en la sexualidad. De ella surge una teoría política novedosa, pues se trata de una nueva forma de hacer política, de utilizar el poder institucional para dirigir la sociedad; que tiene por ámbito de actuación la sexualidad y por instrumento de poder el sexo. A esta nueva teoría política la he dado en llamar política sexual. El nombre que Kate Millet dio al libro que inauguró, como veremos a largo de estas páginas, la nueva ideología.

El feminismo radical nunca llegó a triunfar en el ámbito del poder político, pero sí lo hizo en el de la cultura. La revolución que consiguieron llevar a cabo las feministas fue la sexual. Era la consecuencia lógica de llevar la política al ámbito privado, como el postulado lo personal es político exigía. La primera revolución sexual supuso la explosión del amor libre, el triunfo del erotismo desbocado. El eros, desde Platón, se identificaba con el amor; era entendido como «el deseo del otro», el amor en pareja. Esa era la idea que congregó a la juventud en San Francisco durante el verano del amor de 1967. Pero después las cosas cambiaron y el resultado fue la contracultura, que, como Roszack escribió, consistió más bien en «la invasión de los bárbaros» que en el establecimiento de una nueva cultura. La primera revolución sexual supuso el cambio del sentido semántico, ético y ontológico del eros, y lo que se entendía por amor se transformó en puro placer instintivo. El altruismo propio del eros fue sustituido *# el egoísmo propio del narcisismo, y la virtud por el principio del placer, que rige la sociedad del hedonismo, que aún vivimos en nuestra sociedad occidental. El título Eros y civilización que Marcuse dio a su libro hubiera sido adecuado si el eros hubiera seguido identificado con el amor, que es lo que posibilitaba la civilización. Pero después del cambio semántico y de significado el eros se convirtió en un erotismo expansivo, en un narcisismo identificado con la búsqueda de la satisfacción del cuerpo a cualquier precio y en cualquier momento, con la absoluta desconexión entre sexo y procreación. El feminismo fue quien reivindicó e hizo posible este principio con el descubrimiento de la píldora contraceptiva. A partir de aquí, la política cambió, se sustituyó la reivindicación de los derechos sociales por el aborto, el divorcio y la contracepción. Pero con el exceso en la práctica del sexo y la sociedad de la opulencia, proporcionada por el Welfare State (el Estado del Bienestar), llegó el hastío, y la ética de la transgresión: el placer se convirtió en el gusto por realizar lo prohibido, por traspasar los límites; y consagró la ética de la transgresión.

La segunda revolución sexual es el resultado del camino emprendido por la transmutación del eros; al final, la transgresión degeneró en la irrupción de la violencia unida al sexo. La liberación sexual de la mujer también supuso, en contrapartida, su mayor.desprotección. La desaparición del cuidado unido a la maternidad y el sexo despegado de la procreación convirtieron a la mujer en objeto sexual y en mercancía para la pornografía, como denunció el feminismo cultural. Así apareció la muerte del sexo y el nacimiento del género. A partir de aquí, la sexualidad entendida como algo relativo a la pareja humana, como algo natural que hace referencia a una relación biológica espiritual y psíquica, pasó a ser una relación política. Fueron las feministas radicales americanas quienes definieron la sexualidad como una relación de poder. En esto consiste la política sexual. La primera revolución sexual transformó la política en sexo, y la segunda el sexo en política. Es lo que ha hecho el feminismo socialista. De esta forma, el sexo ha pasado a ser una relación de poder, y por tanto política. Las consecuencias son inmediatas: la primera es que la relación sexual más íntima se convierte en espacio político, lo que posibilita al poder público intervenir en el ámbito de lo privado y personal. La segunda es que se hace del sexo un instrumento de poder para transformar la sociedad, que comienza transformando la relación sexual natural que hasta ahora hemos conocido entre hombre y mujer en algo no natural, en un «constructo social» llamado género, que constituye una convención cultural no permanente ni perdurable, que puede cambiar constantemente, construyendo nuevas identidades sexuales según la orientación sexual y la voluntad de cada uno, o del poder de cada momento. Crear una nueva sociedad en la que no existan diferencias sexuales, ni instituciones permanentes y perdurables en el ámbito de la relación sexual como la familia o el matrimonio. Y en tercer lugar, transforma la agenda política en una agenda sexual. El resultado final será una nueva revolución política: la revolución del feminismo socialista que se habrá realizado de forma silenciosa, .pasando de manera casi inadvertida; desde abajo a través de la educación, la cultura y la nueva moralidad sexual; al margen del ruido de las armas propio de las revoluciones violentas de siglos anteriores. Todo esto es lo que posibilita la continuidad del socialismo como una alternativa progresista, después del fracaso del socialismo real que se impuso a base de los asaltos a los palacios de invierno.

El sexo es algo constitutivo de la persona humana, y la sexualidad es la dimensión sexual de la pareja humana. Pero la segunda revolución sexual ha transformado al sexo en política, y al erotismo en narcisismo. En el fondo subyace una diferente concepción antropológica del ser humano como un individuo aislado y egoísta, cuyo único destino es su propia satisfacción consumista; es, al cabo, la antítesis del socialismo, que nació fundado en la idea de la solidaridad. Estamos en presencia de un socialismo burgués, aunque suene contradictorio, que surgió de la opulencia derivada del Estado del Bienestar; por esta razón es compatible la destrucción de la ética y la llegada del capitalismo salvaje.

Nuestras teóricas feministas consideran que existen tres grandes ideologías: el liberalismo, el socialismo y el feminismo. La primera se basó en la individualidad y la segunda en la colectividad; la tercera se basa en el igualitarismo radical entre hombres y mujeres. Y éste exige un cambio de modelo social; «un cambio de realidad distinta a la que ahora tenemos, en la que el objetivo a abatir es la categoría de sexo»: ni varón, ni mujer. Es lo que hemos llamado segunda revolución sexual: el fin del sexo. Nuestras teóricas feministas consideran que el socialismo debe asumir el cien por cien de la teoría feminista, que esta es la tarea ética que ha de realizar el socialismo en el poder: «Cambiar la sociedad en el sentido del feminismo; de lo contrario será pura estética, es decir, tan solo un maquillaje». El cambio que se propone no es superficial, sino profundo y esencial. Afecta al comportamiento sexual de las personas, al control sobre la reproducción, al concepto y a la función de la maternidad, a la destrucción del matrimonio y, finalmente, a la desaparición de la familia.

La cuestión más preocupante de todo esto es que la mayoría de la gente ignora cuáles son los fundamentos filosóficos y las pretensiones estratégicas de esta nueva ideología que, por otro lado, se presenta de manera amable, dignificando lo femenino, en un momento en que la mujer, el matrimonio y la familia se enfrentan a serios y graves problemas, a los que la sociedad debe responder: el trabajo fuera del hogar y la compatibilidad con la tareas domésticas, la explosión glob1 de la información, las presiones económicas y la competitividad, la creciente violencia doméstica, la revolución sexual en que nos hallamos inmersos, etcétera. El feminismo socialista triunfante se cuida muy bien de expresar abiertamente cuáles son sus máximas aspiraciones, en particular en relación con la maternidad y la familia. Incluso se presenta, cuando le conviene, como un partido que potencia la política familiar, prometiendo electoralmente una subvención por el nacimiento de un hijo como una medida para aumentar la natalidad. Pero en los escritos, en los estudios, en los programas y, en definitiva, en los libros —prolíficos por cierto— publicados por la teoría feminista se contienen todas estas ideas y propuestas llevadas a cabo por el Gobierno, como a lo largo de este libro se explica. El propósito del mismo es darlas a la luz, hacer ver que hay detrás de un feminismo que se presenta amable, igualitario y al servicio a la mujer. Se trata de un ideología violenta que une, una concepción de odio entre los sexos, al socialismo más radical que considera a la mujer explotada por el capitalismo, y al hogar, la familia, y el matrimonio lugares de explotación.

Todo esto quedaría en pura especulación teórica si no fuera por la alianza con el socialismo lograda por las feministas radicales. El PSOE ha asumido esta bandera como marca ideológica, y con ello se ha convertido en el nuevo referente de los progres y de los partidos de la izquierda radical. ¿Cómo es posible esta coalición, si en esencia el socialismo se basa en una concepción antropológica opuesta? El nuevo socialismo de Zapatero nada tiene que ver con el socialismo reformista de Felipe González: se trata de un socialismo radical, de un post-socialismo, que hunde sus raíces ideológicas en la contracultura derivada de mayo del 68. El Partido Socialista surgido del XXXV Congreso defraudó las primeras impresiones centristas de talante y giró rápidamente hacia la izquierda radical, en busca de una nueva utopía. En un principio se anunció un nuevo «socialismo de los ciudadanos», ambicioso de hacer suyo la reflexión llevada a cabo por la corriente conocida como «republicanismo» nacida en los Estados Unidos —país al que denigran constantemente— debida a pensadores como Pettit o Barber. Pero pronto se vio que esto tan sólo servía para dar un aire de seriedad a algo mucho más rancio, como la declaración ideológica de «rojo, utópico y feminista», que hizo Zapatero a una revista especializada en mujeres. Una cualificada representante de la teoría feminista, Alicia Miyares, lo expresó bien: «El recambio ideológico en la política progresista se halla en el feminismo, y no en el rescate arqueológico de teorías políticas, como el republicanismo». Esta es la razón por la que una de las ideas centrales de la teoría feminista, la ciudadanía, nada tiene que ver con la «educación cívica» en valores de participación democrática que postulan los partidarios del neo-republicanismo. La ciudadanía de las feministas es la que fundamenta la labor más importante de la legislatura a juicio del ideólogo Peces Barba: la imposición de la asignatura Educación para la Ciudadanía, que es el inicio de la política sexual; pues es necesario comenzar por la educación para cambiar la visión tradicional que sobre el sexo, y sobre la función de cada sexo, se tenía en nuestra sociedad; y así partir de un nueva identidad sexual y de género, y un nuevo concepto de hombre y sobre todo de mujer. «La alianza entre los movimientos feministas y los partidos políticos de izquierda es la razón por la que estamos aquí», decía en la misma conferencia del PSOE citada al principio, María Teresa Fernández de la Vega, la líder natural de esta tendencia feminista radical en la izquierda española; y no le faltaba razón. Así pues, el llamado por la líder socialista francesa modelo español aspira a ser la identificación en la izquierda europea, a modo de identidad corporativa, de un nuevo modelo de sociedad, inspirado en la ideología política del feminismo socialista. La vicepresidenta del Gobierno del PSOE, cuando teoriza sobre «socialismo feminista», dice: «Es necesario establecer una gran alianza entre feminismo y socialismo que abarque todas las áreas del pensamiento y de la acción política». Estamos, por tanto, ante una ideología política en el sentido que tradicionalmente se ha dado a la ideología como Weltanschauung, o concepción del mundo como política, que incluye una forma de entender la realidad, o «pensamiento» ideológico, y una praxis, o «acción política».

De esta manera, feminismo socialista y políticas de igualdad son dos conceptos simbióticos que se complementan y se manifiestan en dos dimensiones. El primero se refiere a la dimensión teórica y constituye su referente utópico. El segundo se refiere la dimensión práctica y .constituye su programa político. Por eso feminismo socialista y políticas de igualdad son dos caras de la misma moneda. Una de las consecuencias más importantes del marxismo, no sólo en la izquierda política, sino en el pensamiento en general, ha sido la consideración de que tan sólo es válido aquello que se realiza en la praxis. Marx decía: hasta ahora la filosofía se dedicaba a interpretar el mundo; a partir de ahora es necesario transformarlo. De acuerdo con esta visión de las cosas, el pensamiento y la ideología son tan sólo una guía para transformar el mundo y la sociedad a través de la política. En resumen, la ideología basada en la idea de la igualdad radical entre hombre y mujer como criterio para dar explicación de todo se convierte en una praxis política llamada políticas de igualdad, que es el nombre dado a la política sexual como instrumento para transformar la sociedad.

Cuando hablan de políticas de igualdad se están refiriendo exclusivamente a la igualdad entre el hombre y la mujer. Más concretamente, como sucede con cualquier planteamiento metodológico inspirado en la dialéctica postmarxista, a su aspecto negativo: la desigua1d concretada en la desigualdad entre los hombres y las mujeres es inicio y causa de todas las demás desigualdades, según este pensamiento feminista; Lo que antes sucedía con la desigualdad de clases, sucede ahora con la desigualdad entre los sexos o entre los géneros. Esta visión parcial de las cosas es lo que, sin embargo, da una explicación total de la realidad como política, pues se parte de la concepción ideológica de la vida, en virtud de la cual todo es política. Las políticas de igualdad, por tanto, van referidas o están inspiradas por esta visión del mundo. Así, para De la Vega, «la desigualdad más onerosa sigue siendo la de las mujeres, que atraviesa todas las desigualdades, y que explica el hecho mismo de la desigualdad», razón de su actuar político. En su afán ideológico, profería, en aquel mismo «foro» sobre «políticas de igualdad», que debe corregirse la desigualdad que sigue existiendo en el reparto del poder estableciendo la paridad a la fuerza en todos los ámbitos, político, profesional, «incluso el religioso». La democracia debe convenirse en democracia paritaria. Según ella, hay que hacer política de igualdad desde las escuelas; la igualdad lo es todo: «La igualdad me mueve y me conmueve».

El presidente Zapatero también reduce toda su política de «ampliación o extensión de derechos» a la igualdad sexual, a las políticas de igualdad, entendida como «la plena igualdad entre mujeres y hombres, esa gran transformación que ha heredado inconclusa el nuevo siglo». Esta visión de las cosas es un reduccionismo más en el acontecer de las ideologías políticas. La desigualdad entre el hombre y la mujer es un hecho parcial de la realidad, pero no- es toda la realidad, de forma que dé una explicación total de la sociedad, del sentido de la vida, y del destino de la mujer y del hombre. La desigualdad entre los sexos es una verdad parcial que se absolutiza, convirtiéndose así en toda la verdad; por eso es la más peligrosa de las mentiras; de la misma manera que el sexo es un aspecto muy importante de la vida de los seres humanos, y esto es cierto, pero no el único aspecto de la vida, que sirva para dar explicación de todo el ser humano, como pensaba Freud.

El feminismo, como movimiento que ha luchado por la igualdad de derechos de la mujer en la sociedad actual, ha constituido una de esas profundas corrientes de la historia moderna que, sin duda, han hecho avanzar en un sentido positivo a la humanidad. Pero, como muchas otras conquistas de los últimos dos siglos, cuando se ha convertido en una ideología al servicio de la lucha política se ha desvirtuado, transformándose en un reduccionismo más, en un nuevo ismo con ambiciones totalitarias. Esto es lo que sucede con el feminismo socialista, cuya utopía final es muy difícil de vislumbrar.

El socialismo español se ha convertido a este nuevo credo. Se siente orgulloso de verse identificado en el universo de la izquierda como el modelo español. En qué consiste este modelo, o adónde nos conduce, es lo de menos. El socialismo español nos tiene acostumbrados desde que gobierna a hacer las cosas como sea, sin establecer previamente ningún punto de llegada, ninguna meta definida. Por lo pronto, lo que tenemos es una nueva forma de hacer política, a la que denomino política sexual, que se plasma en las llamadas por el poder gobernante políticas de igualdad, que si bien es precipitado considerar que han definido un nuevo modelo de sociedad, al menos están sirviendo para llevar a cabo una auténtica revolución cultural, que está transformando el modelo democrático de sociedad que España tenía hasta ahora.

El nuevo modelo de sociedad que se quiere implantar en España, y el camino para llegar a él, llamado política sexual, es el objeto de estudio de este libro. En una obra anterior abordé el análisis de la ideología invisible que domina al Partido Socialista Español, y presenté el tema del feminismo radical como la ideología dominante en la actualidad. No es este el tema de este libro, pero sí que en cierta manera es una continuidad de aquel. En este caso el objeto de mi análisis no es el socialismo, sino el feminismo socialista, en sus dos aspectos, teórico y práctico. Por eso contiene una segunda parte relativa a las políticas de igualdad que ha puesto en práctica el Gobierno del- PSOE, por influencia de su ideología dominante feminista. En este sentido, sí se aborda el estudio de la política socialista.

En alguna ocasión se me ha acusado de ver obsesivamente el fantasma del feminismo radical siempre detrás del socialismo. No se trata de eso, se trata de poner de manifiesto que el feminismo radical original, que posteriormente ha derivado en lo que la teoría política llama feminismo socialista, es una ideología que, hoy por hoy, constituye la única corriente de pensamiento político que tiene coherencia orgánica y propuestas eficaces, para ser la mas atractiva alternativa ideológica del progresismo de izquierdas. Esto no lo digo yo, lo dicen pensadores tan autorizados en el mundo de la izquierda como Alain Touraine en Francia, o Richard Rorty en los Estados Unidos.

Asimismo creo necesario poner de manifiesto que el gobierno del PSOE no está realizando una política exclusivamente derivada del feminismo socialista. Esta ideología tan sólo ha inspirado la vertiente a la que he denominado política sexual, que es la teoría política genuina del feminismo socialista, la que le otorga una clave para entender su éxito como instrumento válido para llevar a cabo una revolución silenciosa, que cambie el modelo de sociedad; porque se basa en el placer más atractivo que existe para el ser humano: el sexo. Por esta razón hablo de una revolución, que no excluye otras —como la que afecta al modelo territorial del estado—, que está llevando a cabo el socialismo en el poder.

En el estudio de una ideología política como es el feminismo socialista, se deben distinguir dos aspectos: la teoría y la praxis. Siguiendo este esquema, el libro se divide en dos partes. La primera trata acerca de la teoría: desde los orígenes del pensamiento radical feminista —pasando por las principales autoras del feminismo radical— a las consecuencias del mismo; haciendo especia1 referencia a lo que denomino política sexual que supone el paso del utopismo al hedonismo como resultado final- del modelo de sociedad que se propone y a la que se conoce como segunda revolución sexual; y por último, un capítulo relativo a la teoría feminista en España. En la segunda parte se analiza la praxis, que incluye una estrategia de revolución cultural desde abajo, y una táctica para llevarla a cabo, consistente en una hábil penetración silenciosa en todas las instituciones, comenzando por la familia y terminando por la ONU. Revolución que se está llevando a cabo de forma inadvertida que, si no se para a tiempo, puede suponer una transformación radical de la sociedad española. En esta parte también se analizan los pasos dados con el nombre de «políticas de igualdad» y se examinan las políticas puestas en práctica por el feminismo socialista en el poder.

Finalmente, en una última parte se expone una alternativa, basada en la necesidad de encontrar un feminismo femenino que devuelva a la mujer lo propio de su feminidad, no tratando de emular e imitar a los hombres, que es lo que le ha proporcionado el feminismo socialista que hasta ahora hemos sufrido. Pero no es mi intención tratar de construir una alternativa, o de aconsejar a las mujeres cómo debe ser este feminismo femenino; no pretendo decir a las mujeres cómo ha de ser su vida. Durante demasiado tiempo se ha hecho eso a lo largo de historia, por parte de los hombres, quizá sea ésta una de las causas que ha dado lugar .a las exageraciones del feminismo radical y socialista; por lo tanto si ha de nacer una alternativa debe salir de la propia mujer, y es desde los escritos de estas mujeres que han pensado de manera diferente, desde donde se propone un conjunto de ideas que puedan poner orden, y ayudar a encontrar el modo más adecuado para la convivencia pacífica y feliz entre ambos sexos.

He tratado de dividir el libro en capítulos y subcapítulos, que permitan abordar su lectura de manera fácil e independiente en cada una de sus partes, de forma que puede acometerse la lectura de un subcapítulo que interese, sin necesidad de leer la totalidad del texto. En el libro se habla de teorías, de ideas, de biografías, de libros, de cine y de leyes, porque todo ello en su conjunto es necesario para entender y dar a conocer, a veces con ruido, lo que silenciosamente se quiere ocultar.